Habitación de hotel. 16:45 de la tarde. Llaman a la puerta. Dentro un matador de toros y su mozo de espadas. Al otro lado de la puerta aguardan dos jóvenes. Preparados cámara en mano. Se abre la puerta de una impresionante suite de hotel. Poca luz, lámparas apagadas, persianas a medio abrir. Los dos jóvenes, ella y él, acceden a una sala. Aparece el mozo de espadas por la puerta que da acceso a la habitación. Se saluda con los jóvenes, sonrisas nerviosas. De repente, aparece él, con la taleguilla puesta, medias y calzado, pero sin camisa. Da dos besos a la joven y la mano al chico.
Las primeras palabras del matador a la chica con la cámara: “Tú a lo tuyo. ¿Cómo está de luz?”. Enciende las lámparas el mozo de espadas.
Comienza el ritual. Duro silencio, respetuoso trabajo de fotografía. Manteniendo las distancias. En la mirada y el gesto del matador se aprecian mil sentimientos: Responsabilidad, tensión, amor, miedo, grandeza, respeto, esperanza, deseo... Todo se percibe en unos rasgos muy definidos.
El protagonista rompe con una frase que acelera el pulso del joven: “Que miedo da el silencio, eh?. Se palpa el miedo.” Es una persona capaz de desmontar a cualquiera con una mirada fija. Esa mirada se clava en los ojos del joven. Mientras, ella dispara con su cámara. En ese momento el matador dice al chaval: “Puedes hablar si quieres”. El joven piensa rápido mientras traga saliva, sin saber que decir por respeto, por no molestar, por no incomodar lo más mínimo y sabedor del día de responsabilidad que es. Responde: “No... mejor no”. Avergonzado, nervioso, intenta pasar desapercibido en la sala, para seguir siendo un mueble que late a 120 pulsaciones por segundo.
Ella sigue su trabajo. Viendo algo único a través del objetivo. El chico a un lado. Los protagonistas en medio de la sala, junto a una butaca. Estiramientos nerviosos. Tragos de miedo. Como una balada ensayada mil veces, todo surge, todo fluye sin el mínimo movimiento brusco. Todo en torero. Ensayando naturales montera en mano tras ajustarse la camisa y el chaleco. Ejecutando la suerte suprema tras colocarse la chaquetilla.
17:15 salen ambos jóvenes de la habitación. Llenos y vacíos. Aún perplejos por lo acontecido. Abrumados por la grandeza de quien se jugará la vida y parte de su temporada en unos minutos. Él le confiesa a ella: “Ojalá tenga Suerte. ¡Lo merece!”
Jote